La sublime voz del contratenor JJ, nombre artístico de Johannes Pietsch, dio algo más que la victoria a Austria en la 69.ª edición del festival de Eurovisión. En los últimos minutos de la gran final del concurso de canciones en la noche del sábado en el St. Jakobshalle de Basilea, cuando Israel encabezaba el palmarés con la bella interpretación de Yuval Raphael y apuntaba a un triunfo muy plausible, es fácil imaginar el espanto de los directivos de la Unión Europea de Radiodifusión (UER).
El organismo de las televisiones públicas europeas y asociadas ha defendido a capa y espada el derecho de Israel a competir en el certamen pese a las voces que reclaman su exclusión debido a la devastadora ofensiva militar israelí en la Franja de Gaza, que se ha cobrado miles de vidas de palestinos. Lo defendió el año pasado en la edición de Eurovisión en Malmö (Suecia), y lo ha defendido este año en Basilea.
Horas antes de la final, incluso saltó el conflicto con RTVE. La UER reprendió a la radiotelevisión española por unas frases sobre muertes en la guerra en Gaza pronunciadas por sus comentaristas Julia Varela y Tony Aguilar antes de la actuación de Israel en la segunda semifinal el jueves. Eurovisión exigió a RTVE “neutralidad en las retransmisiones”, a lo que RTVE replicó abriendo su retransmisión de la final con un mensaje sobre fondo negro: “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Paz y justicia para Palestina”.

El cantante austriaco Johannes Pietsch, de nombre artístico JJ, con el micrófono de cristal tras ganar el festival de Eurovisión 2025 en Basilea
Pero una cosa es tener a Israel entre los 37 países participantes –ese ha sido el número en esta edición- y otra muy distinta que Israel gane, y obtenga con ello el derecho a organizar el próximo festival. Nada indica que el sangriento conflicto en Gaza vaya a terminar en los próximos meses, y para la UER habría sido una pesadilla celebrar el festival en territorio israelí en tales circunstancias.
El del 2026 será además un festival de jubileo: la 70.ª edición de un concurso musical nacido en 1956 para recoser las heridas entre los países europeos por la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo conmemorarlo con una rabiosa guerra en marcha en Oriente Medio, a dos pasos de un recinto israelí acicalado para esta competición del exceso, el hedonismo y la felicidad? Por no hablar de que en ese caso quizá sí algunos países habrían optado por boicotear el certamen.
No ha sido así, y se imagina el alivio de la UER cuando el austriaco JJ salvó a Eurovisión del riesgo israelí. Yuval Raphael fue la preferida del televoto de la audiencia (297 puntos), algo atribuible en gran parte a la movilización de la diáspora judía en otros países. JJ triunfó en la votación de los jurados nacionales con 258 puntos. La suma final de televoto y jurados se decantó por el austriaco en el último instante, evitando a la UER un trago amargo para el año que viene.
Situar en este contexto el catastrófico resultado de España, antepenúltima de 26 países pese a la indudable entrega, dedicación y poderío de Melody, resulta como mínimo aventurado. Quizá en Europa “no nos comprenden” cuando enviamos canciones aflamencadas –recuérdese el fiasco de Blanca Paloma con su exquisita nana flamenca- o quizá está terminándose la era de las divas rotundas que cantan a voz en cuello enfundadas en maillots y botas altas.