Me produce cierta melancolía utilizar esta sección para recomendar una película reciente porque casi siempre ocurre que la película en cuestión (digamos una película para minorías) ha desaparecido de los cines cuando mi artículo sale publicado. ¿Para qué hablar de algo que ya no existe en las salas y todavía no en las plataformas? En fin, ignoro si la maravillosa Lo que queda de ti seguirá mañana en las carteleras o habrá ido a parar al limbo de las películas que nadie ve, pero no me resisto a recomendarla.

Fotograma de 'Lo que queda de ti'
Lo que queda de ti cuenta la historia de una pianista que vuelve a su pueblo tras la inesperada muerte de su padre y se siente obligada a elegir entre sus dos vidas: la de la pianista que ha llegado a ser y la de la ganadera que habría podido ser. Una historia tan sencilla da para mucho si, como en este caso, quien te la cuenta la sabe contar: da para que conozcas a la protagonista como si fuera de tu familia, para que todo lo que le ocurra te interese y te importe, para que llores con ella en sus horas bajas y celebres sus pequeñas o grandes victorias.
Hago un repaso de las últimas películas que he visto en el último mes y me salen varias que comparten algunos rasgos con Lo que queda de ti. Pienso en Una quinta portuguesa, en la que también los protagonistas escogen entre sus varias vidas posibles. O en Sorda, que nos invita a ver la vida desde la perspectiva de una mujer joven (y, en este caso, con discapacidad auditiva). O en La buena letra, adaptación de la novela de Rafael Chirbes, una historia de familia que también habla de ausencias.
No son pocas las características que tienen en común esas cuatro películas: la búsqueda contenida de la emoción, la sutileza en el planteamiento de los conflictos, su atención a la complejidad del alma humana, su vocación intimista, la recreación de ambientes domésticos, la ausencia de tiroteos y persecuciones, la presencia del mundo rural por delante del urbano… Las cuatro películas logran, además, el objetivo máximo del cine y la literatura, que no es otro que conectarnos con el resto de la humanidad, hacernos sentir que no estamos solos en el mundo y que nada de lo que les ocurra a nuestros semejantes nos puede ser ajeno.
Solo uno de cada tres filmes españoles está firmado por una mujer, pero venimos de un 7%
Sí, he omitido los nombres de los directores de las cuatro películas, pero quien esté al corriente de la actualidad cinematográfica se habrá dado cuenta de que no se trata de directores sino de directoras: cuatro mujeres ( Gala Gracia, Avelina Prat, Eva Libertad y Celia Rico) cuyas inquietudes no están muy alejadas de las de otras realizadoras que se han consagrado en los últimos años, como Carla Simón, Pilar Palomero o Alauda Ruiz de Azúa. ¿Podría decirse que el cine dirigido por mujeres atraviesa un momento de esplendor del que en España no existían precedentes? La respuesta es sencilla: así es.
Aunque da la sensación de que ahora hay más directoras de cine que directores, las estadísticas indican que solo uno de cada tres largometrajes españoles está firmado por una mujer. Nos encontramos lejos de la paridad, pero tampoco estaría mal recordar de dónde venimos: a principios de este siglo, como quien dice anteayer, apenas el ¡siete! por ciento de las películas españolas habían sido dirigidas por mujeres, y de mi juventud cinéfila recuerdo que existían las películas de Pilar Miró y prácticamente las de ninguna directora más. Aunque tardío, el salto ha sido impresionante, tanto en cantidad como en calidad.
¿A qué se deberá que la eclosión de la mujer en el cine se haya demorado tanto, al menos con respecto a otras disciplinas artísticas, como las artes plásticas o la literatura? Supongo que tiene que ver con que, mientras la novelista o la pintora solo se necesita a sí misma para sacar adelante su obra, la directora de cine no puede trabajar al margen de una industria fuertemente jerarquizada, que concentra su poder en manos mayoritariamente masculinas. El caso de la enseñanza universitaria, también muy jerarquizada, no es muy distinto, y tal vez convenga recordar que en el 2018 el 14 por ciento de las universidades tenían rectora en vez de rector y que ahora mismo, solo siete años después, ese porcentaje ha crecido hasta el 25 por ciento… Ni en el cine ni en los rectorados se ha alcanzado la paridad, pero parece evidente que cada día está más cerca.