Los cien primeros días de Donald Trump en la presidencia de EE.UU. han sido tan atropellados que a medio mundo le resulta difícil estar al día de sus anuncios y decisiones, pero va dejando un rastro de damnificados. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la salud pública en general. En su primer mandato, en el 2020, Trump ya dijo que retiraría a su país de la OMS, en desacuerdo por cómo gestionaba la pandemia (aunque muchos expertos culparon a su istración de una reacción tardía).
La retirada no se produjo porque son procesos largos y le sucedió Biden. Pero nada más volver a la Casa Blanca, Trump ordenó la retirada, congelar la aportación económica al organismo internacional e incluso cortar cualquier relación científica entre este y los centros de salud federales.

El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció hace dos semanas que el rechazo de EE.UU. a pagar sus contribuciones del 2024 y el 2025, sumado a la reducción de la ayuda a la cooperación de algunos otros países, supone un agujero en sueldos del personal para el 2026-2027 de al menos 560 millones de dólares, equivalentes a un 25% de esa partida presupuestaria. Por ello, deberán despedirse trabajadores y se reducirá la labor del organismo.
Adelantó el director que afectará, sobre todo, a la sede central de la OMS, con un recorte a la mitad de los departamentos, y al cierre de varias oficinas en países desarrollados. Y dijo que ministros de países pobres le han reconocido que deben cambiar de mentalidad, pasar de una dependencia de la ayuda exterior a una mayor autosuficiencia. Sería deseable, pero a ver cómo lo logran.
No hay que olvidar que la OMS es el colchón para la salud pública de muchos países, de millones de personas
Si se lo cuentan a Trump, seguro que presumirá de hacer la OMS más moderna, más eficiente y tal y tal. Y puede que muchos le den la razón, pues hace años que es muy criticada, como otros organismos similares, acusada de burocratización, poca transparencia... Ya se acordó reformarla. Pero no hay que olvidar que la OMS es el colchón para la salud pública de muchos países, de millones de personas. Ahora se reestructurará por las malas, sin apoyo de EE.UU., que era el gran pilar, pues aportaba casi una quinta parte del presupuesto anual de la organización. EE.UU. también sale perjudicado en áreas como la prevención ante infecciones que emergen en otras regiones del planeta.
Deberán buscarse otros fondos para los programas asistenciales (otros países han aumentado su aportación, lo que permite amortiguar la reducción del gasto). O vacunar a menos niños contra la polio o el sarampión, por ejemplo. Sumado a la congelación de Usaid, la agencia de cooperación estadounidense, la perspectiva es catastrófica, han avisado expertos en salud pública. Los programas contra el sida o la malaria en países africanos ya sufren recortes (aun contando con fondos privados como los de la Fundación Gates). Trump y los suyos son insensibles a estas cuestiones.