El ser humano no ha observado visualmente el 66% del planeta que habita y la causa está en el gran agujero negro del conocimiento que hay sobre el océano. Tan solo hemos visto el 0,001% del fondo marino profundo en más de 70 años de exploración, según un estudio pionero publicado en Science Advances por investigadores de Ocean Discovery League, una organización dedicada a la exploración científica creada por la bióloga estadounidense Katy Croff Bell. Este trabajo revela que, aunque las profundidades entre 200 y 6.000 metros ocupan el 90% del mar, en realidad solo hemos visto el equivalente a la mitad de la provincia de Tarragona.
Hasta ahora no se había hecho una evaluación del desconocimiento de unas aguas que, recuerdan los autores, no solo sustentan ecosistemas variados, sino que regulan el clima, producen oxígeno, captan CO2 e incluso proporcionan importantes hallazgos farmacéuticos, entre otras muchas ventajas para la salud de la vida planetaria. “Sabemos tan poco sobre las profundidades oceánicas que desconocemos los beneficios potenciales que este ecosistema puede brindar a la humanidad antes de que los dañemos. Tampoco comprendemos los impactos dañinos que la actividad humana tiene en esas profundidades oceánicas y cómo esto podría afectar la producción de oxígeno, la captura de carbono y otros sistemas terrestres críticos”, apunta a La Vanguardia Susan Poulton, una de las autoras.
Sabemos tan poco sobre las profundidades que desconocemos sus beneficios potenciales para la humanidad antes de que los dañemos

Sólo se han observado 3.823 km² de un lecho marino que ocupa en la Tierra 360 millones de km²
Utilizando datos de unas 44.000 inmersiones desde 1958, realizadas en aguas de 120 países, en los resultados de este trabajo muestran la estimación global más completa de lo que se ha visto. Y revelan que casi un 30% de las imágenes existentes son de hace ya 45 años, en blanco y negro y de baja resolución. Además, un 65% de las observaciones visuales se han realizado a menos de 200 millas náuticas de tres países: Estados Unidos, Japón y Nueva Zelanda. Casi todas las imágenes han sido registradas por entidades de estos estados, de Francia o de Alemania. De hecho, el 42% de las inmersiones se hicieron en Norteamérica y un escaso 1,6% en África. Por ello, señalan que “hay un claro sesgo geográfico de lo que se conoce” pese a que observar es fundamental para conocer la vida marina y comprender sus interrelaciones, algo no posible desde los satélites.
Para realizar estos cálculos, los autores obtuvieron los datos de 34 expediciones y utilizaron otros dos métodos independientes. Por un lado, estimaron la cobertura visual óptica de los vehículos submarinos utilizados, por otro, lo visto según el tiempo invertido. Concluyen que se han observado 3.823 km² de un lecho marino que ocupa en la Tierra 360 millones de km² (el 71% del total). Es decir, ese 0,001 % conocido.
El estudio también destaca que hay una gran brecha entre lo que se ha observado de unos y otros hábitats. Encuentran en su análisis que hay cañones y dorsales oceánicas que han sido objeto de importantes investigaciones, mientras que las llanuras abisales y los montes submarinos, permanecen inexplorados. Y ponen ejemplos: mientras se ha bajado a observar reiteradamente el Cañón de Monterrey de EE.UU. (más de 3.500 veces) habría más de 9.000 cañones oceánicos que no se han visto ni una sola vez.
Pese a tan pequeño conocimiento, la comunidad científica solo dispone de esa información para inferir cómo funciona esa gran parte del planeta, por lo que subrayan “la urgente necesidad” de una exploración integral y global antes de acometer actividades que puedan impactar los fondos, tanto desarrollando nuevas herramientas como apoyando a los países con menos recursos para realizar esa tarea.
Por qué explorar la biodiversidad marina
Los científicos de Ocean Discovery League recuerdan que solo gracias a observaciones visuales se descubrieron los primeros respiraderos hidrotermales encontrados en la falla de las Galápagos en 1977 o el campo de respiraderos hidrotermales alcalinos de Ciudad Perdida, en la dorsal mesoatlántica. Esos respiraderos, que abarcan apenas unos 50 kms2 del mundo, son objeto hoy de un gran interés científico y en cada inmersión se encuentran seres que no se conocían. Fomentar nuevas exploraciones de otros tipos de geomorfologías, por tanto, podría conducir a descubrir nuevos ecosistemas y especies.
De hecho, recientemente, la expedición realizada en la zona del Pacífico llamada Clairon-Clipperton, ha revelado la existencia de cientos de seres vivos nuevos para la ciencia. El objetivo de la expedición era sobre todo comercial (extraer los valiosos minerales que ocultan sus aguas profundas) pero se reveló una biodiversidad que no se imaginaba. Pese a ello, el hallazgo no ha impedido que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmara hace unos días una orden ejecutiva autorizando la minería oceánica tanto en sus aguas nacionales como en esas aguas internacionales, vulnerando así la Ley del Mar.
Pero esta investigación destaca también que el ritmo actual al que exploramos ese gran espacio ignoto es insuficiente. Con unas mil plataformas para observar todo el fondo oceánico, que cubren unos tres kilómetros cuadrados al año, se necesitarían más de 100.000 años para visualizarlo al completo una sola vez. “El problema es que la mayoría de los vehículos de inmersión profunda cuestan entre cientos de miles y decenas de millones de dólares, lo que los hace inaccesibles para la mayoría de los investigadores del mundo. Necesitamos invertir en sistemas de recopilación y análisis de datos más asequibles y accesibles para comprender mejor el fondo marino y así tomar decisiones responsables sobre su uso y protección”, comenta Poulton, quien recuerda que en una sola zona explorada se han encontrado 5.000 nuevas especies. “Imagina lo que queda por descubrir”, concluye.
El problema es que la mayoría de los vehículos de inmersión profunda cuestan entre cientos de miles y decenas de millones de dólares

Es difícil calcular las muchas especies y funciones que nos falta descubrir en las profundidades del océano
Preguntado sobre este trabajo, el experto en la biodiversidad de las aguas profundas, el español Erik Simo-Lledó, del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC), señala que, si bien es posible que se les hayan escapado inmersiones, “se demuestra que la biodiversidad de los fondos abisales recibe poca atención científica, aún siendo el ecosistema más grande de la Tierra”. “Es difícil calcular las muchas especies y funciones que nos falta descubrir o saber si nos va a dar tiempo a hacerlo antes de que el cambio climático llegue con fuerza también allí”, afirma.
Remi Parmentier, director del Grupo Varda y activista que promueve la iniciativa “Let’s be nice to the ocean” (Seamos amables con el océano), también recuerda el desinterés que hasta hace poco ha habido por el papel de los abismos. “Gracias a su exploración, en los últimos años empezamos a conocer su complejidad, su riqueza o su papel en el secuestro de CO2 en los sedimentos. Sabemos que la explotación de los minerales podría destruir ecosistemas únicos y liberar más CO2, unos temas que se deben abordar en la 3ª conferencia de la ONU sobre el Océano que tendrá lugar en junio en Niza. Es hora de que la protección del océano sea la norma, no la excepción”.
Por su parte, los autores de la investigación, según Poulton, esperan que estos hallazgos fomenten una mayor colaboración científica. “Nos gustaría que los asistentes a la Conferencia de Niza comprendieran lo poco que sabemos y que podamos iniciar debates sobre una iniciativa mundial de exploración e investigación de esas aguas”.