En octubre de 2022, Phoebe Plumer y Anna Holland, dos jóvenes activistas climáticas, ingresaron a la Galería Nacional de Londres con aspecto de turistas. Tras una breve recorrida por las galerías, se pararon frente a Los Girasoles de Van Gogh, una de las obras más icónicas de la historia del arte. Abrieron sus mochilas y sacaron dos botes de sopa de tomate, que arrojaron sobre el lienzo. Después, se arrodillaron, pegaron sus manos con pegamento a la pared junto al cuadro y gritaron: “Detengan a los partidarios del petróleo, elijan la vida sobre el arte”.
La obra del artista neerlandés, realizada en 1888, no sufrió ningún daño gracias a estar protegida por un cristal. La acción, viralizada en las redes sociales, hizo que el mundo conociese a “Just Stop Oil” (Detened el petróleo ya), una organización ecologista británica, nacida meses atrás, en febrero de ese año, defensora de las “acciones directas” y la “resistencia civil” como únicas vías posibles para “tumbar el capitalismo fósil”.
Acciones
Atentados contra obras de arte, eventos deportivos, monumentos e infraestructuras

Activistas rociando una sustancia naranja en Stonehenge, Wiltshire, suroeste de Inglaterra, el 19 de junio de 2024
Plumer y Holland cumplen una condena en prisión por aquel atentado. En septiembre de 2024, un juez las sentenció a dos años y tres meses tras las rejas culpables de causar “daños criminales”. La sopa de tomates contra el cuadro de Van Gogh dio paso a decenas de acciones disruptivas, como el lanzamiento de pintura a monumentos nacionales, la interrupción de eventos deportivos o culturales, el encadenamientos en edificios gubernamentales y el bloqueo de numerosas carreteras.
Para los de esta organización, en su mayoría jóvenes, “la inacción ante la destrucción climática equivale a complicidad”. “La extracción de nuevos recursos de gas y petróleo es una política obscena y genocida que matará a nuestros hijos y condenará a la humanidad al olvido. Si no se resisten, están apaciguando el mal. Es hora de dejarlo todo atrás; vamos a la resistencia”, justificaban en su primer manifiesto.
Pero la resistencia llegó a su fin. A finales de abril, Just Stop Oil hizo su última aparición pública con una concentración en las puertas del Parlamento Británico. Los activistas han decidido colgar sus chalecos reflectantes naranjas -símbolo de sus acciones- y abandonar su lucha. En público, argumentan que el objetivo principal, acabar con las licencias de gas y petróleo, una promesa del Partido Laborista de Keir Starmer, ya está conseguido.
“La exigencia inicial de Just Stop Oil de acabar con el petróleo y el gas nuevos es ahora política gubernamental, lo que nos convierte en una de las campañas de resistencia civil con más éxito de la historia reciente. Gracias a nuestras acciones más de 4.400 millones de barriles de petróleo siguen bajo tierra”, ha celebrado la organización a través de un comunicado.
Para Hannah Hunt, una de las activistas fundadoras, Just Stop Oil nació para demostrar “la eficacia de las tácticas disruptivas” en la lucha contra el cambio climático. “Hemos tenido un éxito increíble en ese objetivo, pero ahora es el momento de cambiar: la calle ya no será nuestro lugar”.
Estrategias de impacto
La lucha climática en primer plano
El periodista de medioambiente de The Guardian, Damien Gayle, quien ha cubierto la mayoría de las acciones de Just Stop Oil desde su nacimiento, cuenta que este grupo surgió del movimiento Extinction Rebellion (XR), cuando sus sectores más radicales se separaron para formar su propia marca de activismo climático y pasar de “la desobediencia a la resistencia civil”.
Su primera ola de protestas, a principios de 2022, tuvo como objetivo las terminales petroleras del Reino Unido. Los activistas treparon vallas, se pegaron a la infraestructura e impidieron el paso de camiones que recogían petróleo. “Estuvieron a punto de provocar una verdadera crisis en la distribución de combustible y gasolina en el sureste de Inglaterra”, dice Damien. “Pero el problema era que estas terminales estaban en zonas muy poco pobladas, así que nadie registraba el tiempo”.
El grupo entendió entonces que debían adoptar tácticas que les permitiera hacerse notar: la sopa de tomate contra Los Girasoles de Van Gogh. “Querían hacerse notar, ser fotografiados, ese era el objetivo, no les importaba si molestaba a la gente. Su activismo fue recibido con furia desbordante. Los políticos exigieron que se los declarara grupo terrorista y la prensa los tildó de “mafia y ecologistas desquiciados””, recuerda este periodista.
“Sin embargo -agrega- gracias a ellos, la crisis climática apareció en las páginas de la prensa de derecha durante años y cada uno de esos artículos citaba íntegramente a su portavoz. Aunque fueron ridiculizados y vilipendiados, mantuvieron la emergencia climática presente en la mente del público. Todos sabían lo que reclamaban y llegaron a un amplio público”.
11 personas en la cárcel
La persecución judicial, detonante de la disolución
Aunque Just Stop Oil ha reivindicado su victoria, sus reconocen fuera de micrófono que la persecución judicial, con 11 integrantes cumpliendo actualmente condenas de prisión efectiva, ha sido un detonante de la disolución.
Años atrás, los activistas británicos que cortaban una carretera eran arrestados y, cuánto mucho, recibían una reprimenda por parte de un magistrado. Con las nuevas leyes -de Policía, Delincuencia, Sentencias y Tribunales y de Orden Público-, muchas protestas se traducen ahora en juicios y cárcel. Desde entonces, el número de activistas ambientales arrestados en el Reino Unido casi triplica la media mundial.
“Las consecuencias han sido muy graves. Sin duda, [las sentencias judiciales] han tenido un gran impacto en las personas implicadas en la campaña. Obviamente, algunas personas están pagando un coste muy alto y están cumpliendo penas de prisión de varios años bastante significativas”, ha reconocido James Skeet, activista del grupo, al diario The Times.
En espera de juicio
El paralelismo con España
En España, 15 integrantes del colectivo Rebelión Científica esperan un juicio oral por una acción de desobediencia civil en el Congreso de los Diputados (abril de 2022) para alertar de la falta de compromisos reales en la lucha contra la crisis climática. La Fiscalía los acusa de delitos contra el Patrimonio y pide 21 meses de prisión por arrojar zumo de remolacha contra la fachada del Hemiciclo.
Entre las personas imputadas están el filósofo Jorge Riechmann, el ecólogo Fernando Prieto, la ambientóloga Marta García Pallarés o el periodista y actual diputado de Compromís, Juan Bordera. De ser declarado culpable, Reichmann, con otra condena por cortar una autovía, podría entrar a prisión.
Futuro Vegetal, otro colectivo de desobediencia civil y acción directa que lucha contra la crisis climática mediante la adopción de un sistema agroalimentario basado en plantas, es la organización con más expedientes abiertos en los últimos años por este tipo de protestas. En total, tiene cinco sentencias condenatorias en primera instancia (todas recurridas), un juicio que comenzará el 31 de diciembre en Valencia y 11 procedimientos penales activos.
Para Alberto Coronel, Doctor en Filosofía y portavoz de Rebelión Científica, lo sucedido con Just Stop Oil es “una consecuencia lógica de varios factores”, entre ellos los “costes humanos insostenibles” de su estrategia, “objetivos maximalistas (el fin de los subsidios fósiles) fuera de su alcance”, y objetivos de mínima (generar un debate público con consecuencias sociales) cumplidos.
A su juicio, la experiencia de Just Stop Oil pone de manifiesto la diferencia entre “la acción directa, solitaria, y el llamado a la desobediencia civil, que siempre ha sabido acompasar la acción directa con el movimiento de las mareas humanas”. “Creo que las acciones individualistas tienen un efecto limitado porque, en sí mismas, manifiestan un consenso limitado. Además, diversos estudios nos han mostrado claramente que la percepción social de la acción empeora cuanto más se aleje o descontextualice de la diana del mensaje. Esto no es una crítica, es una lección. Lo cual es muy distinto”, reflexiona.
Lo positivo es que esta organización británica ha demostrado que la desobediencia civil sirve. La visibilidad pública y mediática ha sido brutal

Activistas de Extinction Rebellion protestan por la Gran Vía, en Madrid
A su entender, el objetivo de la lucha climática pasa ahora por “avanzar hacia grandes consensos sociales y procedimientos democráticos”. “Por mucho ruido que haga el negacionismo, la mayor parte de la sociedad ya está concienciada de los efectos climáticos de los combustibles fósiles. Lo que falta no es “información”, es que los lobbies más contaminantes dejen de gobernar a los partidos que nos gobiernan. Y para luchar contra eso quizás hagan falta formas de lucha distintas. Porque los movimientos son como los ríos. A veces parece que desaparecen, pero en realidad siguen fluyendo bajo tierra”, concluye.
Víctor Santos, activista de Extinction Rebellion, quien ha estado detenido en Alemania por una acción de desobediencia civil en el al museo de BMW -está a la espera de un juicio-, la represión del movimiento climático “se ha intensificado en los últimos años, sobre todo en Europa, con leyes hechas a medida para reprimir y encarcelar”. “Hoy puedes ir a juicio y pagar abultadas multas por una simple sentada”, se queja.
El caso de Just Stop Oil revela que esta represión es “muy asfixiante para las organizaciones” y un factor de “desmovilización”, porque atemoriza a muchos ciudadanos que piden “un cambio de sistema para superar el caos climático”. “Si somos 50 y meten a 20 a la cárcel, los 30 que quedamos en una organización ya no van a poder hacer tantas cosas. Y además, quienes simpatizan, en lugar de unirse, se quedan fuera por miedo”, lamenta.
“Lo positivo es que esta organización británica ha demostrado que la desobediencia civil sirve. La visibilidad pública y mediática ha sido brutal. Han puesto en agenda un tema del que no se hablaba. Parece poco, pero es muy importante”, concluye.